miércoles, 2 de julio de 2014

¿Cómo es un día sin móvil?

Un día puede ganar una medida de tiempo diferente. Cambiar una velocidad que apenas se percibe. Pero hay una condición: se tiene que romper el móvil. Inmediatamente algo se detiene. No sabría decir si es una misma, los demás o la relación entre esas dos cosas. Y las 24 horas sin iPhone lejos de ser un trauma es un descubrimiento. Hay una sensación que me es difícil de describir. Debe ser similar a la del síndrome del miembro fantasma. Voy a intentar explicarla: el cerebro manda la señal a mi brazo para que coja el libro que está en la parte de arriba de la estantería. Pero no tengo brazo. Esa es mi composición. El cerebro me pide que haga consultas que no puedo responder. Inquietudes que no resuelvo sin el móvil. No es traumático. Pero me confieso ante mí misma limitada. Y durante el día me suceden estas cosas:

  1. No tengo móvil. Voy avisando a todo el mundo. Me da cierta libertad. "Oye, acuérdate que no tengo móvil". Es ahora o nunca, lo que sea. Ahora o nunca. Porque me voy y no tengo móvil.
  2. Mi despertador desaparecido da paso a otras formas menos cómodas de despertarme. Otros aparatos que me son desconocidos. Era mi reloj, mi alerta, mi timing. Voy sin tiempo sin el móvil. Es mi referencia más inmediata.
  3. De repente somos seres fotográficos. Ir por la calle y clasificar una imagen según la red social es un proceso extraño pero real. Y sin opción de ese click una se relaja y mira para sí, no para el botón de compartir. 
  4. Ahora no puedo, no tengo móvil. Me han preguntado por si había visto el mail. Ahora si estoy en la calle no puedo adelantar ninguna gestión. Lo he dicho varias veces: "Tendrás que esperar a que llegue a casa". Y a seguir paseando por la calle.
  5. ¿Tenía que haber contestado algo y no lo he hecho? Me da igual. No puedo y eso lo deja todo fuera de mi alcance. 
  6. Me ronda todo el día el miedo de la llamada importante. De eso no soy capaz de evadirme. 
  7. Rebusco en casa. Un iPod viejo. He de ir al gimnasio y no podré sobrevivir sin música. Me planteo no ir al gimnasio. ¿Cómo voy a aguantar sin ese ruido? Voy pero de camino tampoco me puedo poner música en el coche. "La música, pienso. Me falta la música".
  8. Da igual si llevo o no cargador. Esta es una de las reflexiones más liberadoras del día. Da igual, no hay nada que recargar. Ni en el trabajo, ni en el coche, ni antes de dormir. Quito del bolso el cable. No lo necesitaré hoy. Puedo estar sin batería.
  9. ¿Qué estará pasando en ese lugar que no existe? Me ha venido más de una vez a la cabeza. ¿Con qué me encontraré a la vuelta? ¡Qué tontería! Ese buzón constante en el que nos hemos convertido, a la espera de las notificaciones para distraernos.
  10. ¿Qué es de tu vida? Podría preguntárselo a cualquiera de mis amigos. Soy consciente de la multitud de grupos de WhatsApp que siguen hirviendo aunque mi smartphone haya muerto. Lo repienso: estoy fuera del circuito. No me estoy enterando. Vuelve una sensación extraña. Pero me gusta. 
  11. Tengo que decírselo. Hay personas que deben saber que desde este instante ya no puedo comunicarme con ellos. Necesito decírselo. "Eh, oye, que soy yo, que no estoy ahí. No sé cuándo puedas encontrarme". Al llegar a casa, en la oficina. Con un ordenador y algo de wi-fi prometo dar las señales de vida suficientes. Bueno... Puedo llamarte. ¿Seguro?
  12. Y aquí viene la segunda parte. ¿Puedo llamarte? Sí, porque te conozco desde el colegio y he marcado tu móvil, hasta lo memoricé. Así que sí, desde un teléfono te mando la señal de humo. Me sorprende recordar todavía el número. Incluso recito algunos de la gente de la universidad. De los que conocí después soy incapaz de adivinar un número. Pero recuerdo teléfonos. Mis teléfonos de toda la vida.
  13. Mis datos. Sé que hay cosas que quiero salvar de ese aparato, ¿pero cuáles? Datos que necesito pero que no sé exactamente los que son. Sigue siendo todo raro.
  14. Dame mi tarjeta SIM. Ignoro cuántos hackers entran o pueden entrar a mi móvil. Si Vodafone, Apple u ONO desayunan revisando mis cosas. El caso es que le he dicho al chico: dame mi tarjeta SIM. Ya me ha pedido el código de desbloqueo así que guardo el chip en la cartera. "No lo pierdas", me dice. Me llevo mi SIM.
  15. El móvil viejo. Conservo la memoria de los dedos, desbloqueo fácilmente el Nokia. Lo manejo con soltura. No es táctil, no es mío. Pero lo reconozco. Y veo sólo un instrumento de llamada. No miro la hora, no me planteo ningún mensaje, no me importa su menú. Es un hilo de llamada, como el envase del yogurt. 
  16. Me gusta estar lejos de Facebook. Un alivio. Pero echo de menos Twitter. No me sirve el de la pantalla del ordenador. De todas formas, sin el dispositivo me convierto en algo ajeno a esos micromundos: las redes sociales, los iconos de continua consulta, ya no me reclaman con tanta frecuencia. Se cumple lo del todo o nada. Vale, acepto el nada. El off de repente.
  17. No he podido consultar la información sobre una película que quería aconsejar. He cogido el móvil viejo y me he reído. Le he dicho a mi interlocutor mientras lo levantaba: "No puedo". No tengo eso.